Cuando capté la imagen de esta niña, supe que tenía algo especial. Tiene dos o tres años y ya es una maga. Detuvo el tiempo con su mirada: incondicional en el momento, viajando por el ahora y el futuro. De niña a mujer y viceversa; un alma inmortal.
La gente me dice a menudo que soy maravillosa con los niños. Pero, en realidad, los niños son maravillosos. Viven el momento, pero sobre todo saben lo que quieren y lo persiguen. Yo sigo sus sueños con ellos.
A medida que crecemos, también crece el ruido en nuestra mente. Pero cuando ese ruido se calma, ocurre algo más: viajamos de vuelta a la niña que fuimos y regresamos al presente como la mujer en la que nos hemos convertido. Esa es la mirada que me detiene.
La que disuelve el tiempo y el espacio. Donde el pasado y el futuro se derrumban. Donde lo que queda es el alma sin filtrar, presente, entera.
En ese sentido, la fotografía es una especie de viaje en el tiempo. Documenta una vida, sí, pero también revela algo eterno. Nos muestra nuestro yo inmortal.
Empecé a capturar imágenes a los 11 años. Poco podía imaginar el camino que se me abriría, un camino que sigo recorriendo 41 años después.
Si quieres que fotografíe a tu hijo de esta forma tan especial, escríbeme.
Concertaremos una cita para crear algo atemporal, algo que atesorarás durante años.
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